El cómico

El renombrado teatro de la calle Corrientes estallaba sin cesar en unánimes carcajadas. Él, el comediante más afamado del país, hipnotizaba con chistes a su amado público. Mientras, a su alrededor danzaban mujeres voluptuosas, iluminadas por las luces de la ciudad, que imponente se erguía en el decorado. Caminaba de un lado al otro del escenario, gesticulando con sus manos y su voz rasgada. Los fantasmas se alejaban. Buenos aires en todo su esplendor.
Finalmente, la gente aplaudió al compás de la música que anunciaba el final del espectáculo. Todo el elenco salió a saludar. El telón se cerró para volver a abrirse; él únicamente volvió a gozar de ese elíxir orgásmico.
-Gracias, muchas gracias…- repitió por enésima vez.
Al cerrarse el telón nuevamente, caminó hasta su camerino, se sentó frente al espejo, encendió un cigarrillo y -paciente- dejó que su asistente le sacara el maquillaje. Hacía tiempo que le resultaba pesado.
-Hoy casi me caigo de nuevo...
- Estuviste genial, Alberto
– lo consoló Nora, su asistente.
- Sí…ese último chiste es maravilloso- sonrió melancólico.
- Maravilloso…y la próxima función va a estar mejor.
- ¿la próxima… función?
- ¡Claro! tenés otra función…
- ¿Por que me demaquillás entonces?
- Siempre lo hago, Alberto. Te demaquillo porque el calor de los reflectores te lo dañan…¿pasa algo?

Se levantó, salió del camerino y entró al baño.
-¡¡…otra función, otra función!!- suspiró- ¡¡otra función, otra función!! – repitió varias veces frente al espejo. Más animado, regresó al camerino.

El telón se cerró, y él caminó por el lúgubre pasillo hasta el camerino.
- ¡Genial, Alberto!!- le dijo el productor, obstruyéndole la entrada- ¿para la segunda parte vas a contar el mismo chiste final de la función anterior?
El cómico más afamado del país lo miró con una mezcla de asombro y miedo.
- ¿Qué pasa Alberto?!! Te noto ido, ¿estás bien?- inquirió preocupado.
- Sí, sí. Estoy bien.
Abrió la puerta del solitario camerino y se sentó frente al espejo. Estuvo unos minutos en silencio y luego dijo:
- ¡Segunda parte, segunda parte! …¡¡Qué se vaya a la puta que lo parió!!
Desde afuera una voz le avisó- ¡En diez minutos a escena, Alberto!
Quiso mirarse de nuevo al espejo para animarse. Tanteó el fondo de su bolsillo y comprobó que estaba vacío. Empezó a transpirar. Un nuevo grito le avisó que le restaban dos minutos para entrar a escena. Se levantó queriendo salir a la calle. Estaba desesperado. El productor, al verlo, lo detuvo:- ¿Que te pasa? Decime que te pasa…
Alberto lo miró angustiado. Entonces, el productor, comprendiendo, le dió una mano. El afamado cómico sonrió, corrió a su camerino nuevamente y, mirándose al espejo repitió lo que ya había dicho, tras bambalinas, el productor: -El show debe continuar…
(1997)


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