El sol brillante de esa tarde de verano excitó aún más al hamster que, desesperado, buscaba escapar de la rueda. Ese era el maquiavélico juguete que más le gustaba a Donato; tanto que lo hacía aplastar su nariz contra la pecera día tras día, noche tras noche. Lo satisfacía ver como existía un ser más insignificante que él.
-¡Cuanto le gusta a Platón jugar en la rueda!- decía acomodando por enésima vez sus anteojos.
-¿Seguro?- le había preguntado una vez un contertulio ocasional.
-Seguro ¿no ve acaso usted como disfruta ejercitando sus piernas? ¿no ve acaso usted como sus bigotines se mueven al borde del éxtasis? ¡¿es acaso usted ciego?!
Donato era así. Observador como pocos. Los años como profesor secundario habían desarrollado en él una particular capacidad para descubrir los sentimientos y pensamientos que albergaban las personas y los animales. Pocas veces se equivocaba. ¡Es más! Con cuarenta y tres años recordaba solo tres errores. El primero había sido no animarse a probar suerte como jugador de fútbol en su amado Platense. El segundo había sido haberse divorciado -luego de nueve años- de su mujer Sandra. El tercero había sido haber perdido catorce años de su vida militando en el radicalismo. Pocas veces se equivocaba.
Esa tarde estaba impaciente. Platón hacía dos días que no comía nada y su hijo Lautaro -de dieciocho años- hacía más de seis semanas que no escribía desde algún lugar de Latinoamérica, la cual recorría junto a dos amigos como mochilero.
-Pá, quiero irme a recorrer Latinoamérica como mochilero.- le había dicho en el café de la esquina ese atardecer del 8 de Agosto, dos días antes del cumpleaños de su ex-mujer.
- ¡¿Cómo?! ¡Es muy peligroso!. Quizás en mi época sí; porque, más allá de todo lo que hicieron los milicos, mantenían las rutas seguras. ¡Encima como sos vos! Yo era más tranqui.
-¡Y yo no me llamo Donato Nicolás Bongiorni, viejo! Necesito hacer ese viaje, lo necesito...
-Bueno...
Donato era así. Padre como pocos. Los años como profesor de Educación Cívica le habían enseñado a valorar los pensamientos y las necesidades de los adolescentes. Decía que sin jóvenes formados no había futuro para el país. Siempre valoró su fuerza mental cuando se rompió la pierna y supo que no podría jugar nunca más al fútbol. Siempre valoró la paciencia de Rosa ante sus eyaculaciones precoces que lo atormentaron en sus primeros años de actividad sexual. Siempre valoró las acciones de los estudiantes en defensa de la educación pública. Él no dejaba de repetir que sin jóvenes instruidos no habría futuro para el país.
Fue una tarde diferente. Desde el televisor Sharp se reflejó una extraña melodía luminosa anunciándolo: Sartre, el gato, se enrolló en un costado del pasillo, como un viejo portero del infierno esperando que alguien osara atravesar la puerta a la calle. La vecina del fondo continuaba con su enceradora, como la brutal agonía que atormentaba al vidrio de la mesa del living, herido por trazos de la nostalgia. Y Platón muriendo repentinamente.
- ¡¡Qué lo remil parió, che...! !Se murió Platón.
Acto seguido caminó hasta la mesa, alejándose del ventanal, y encendiendo un Jockey hojeó el diario buscando los clasificados para -ceremoniosamente- agarrarlos y tapar con sus páginas a la mascota, tiesa pero aún tibia, con sus ojillos vengadores mirando al futuro. Futuro que a Donato le empezó a preocupar desde ese instante, hablando frente al espejo improvisado en la mesa.
- Ha muerto un amigo, una parte de mí, un poco de mi pasado, estos últimos dos años en los que mi país se incendia poco a poco.
Fue una tarde diferente. Cuando encendió la TV ella mostraba a un pobre comerciante coreano (o chino) llorando como cerdo, embebido en una danza bizarra con hambrientos y punteros, policías y periodistas, perros y nubes de sudor. Donato se excitó, agitando sus brazos y pitando profundamente su cigarrillo. Sonreía como preocupado.
-¡Cuanto le gusta a Platón jugar en la rueda!- decía acomodando por enésima vez sus anteojos.
-¿Seguro?- le había preguntado una vez un contertulio ocasional.
-Seguro ¿no ve acaso usted como disfruta ejercitando sus piernas? ¿no ve acaso usted como sus bigotines se mueven al borde del éxtasis? ¡¿es acaso usted ciego?!
Donato era así. Observador como pocos. Los años como profesor secundario habían desarrollado en él una particular capacidad para descubrir los sentimientos y pensamientos que albergaban las personas y los animales. Pocas veces se equivocaba. ¡Es más! Con cuarenta y tres años recordaba solo tres errores. El primero había sido no animarse a probar suerte como jugador de fútbol en su amado Platense. El segundo había sido haberse divorciado -luego de nueve años- de su mujer Sandra. El tercero había sido haber perdido catorce años de su vida militando en el radicalismo. Pocas veces se equivocaba.
Esa tarde estaba impaciente. Platón hacía dos días que no comía nada y su hijo Lautaro -de dieciocho años- hacía más de seis semanas que no escribía desde algún lugar de Latinoamérica, la cual recorría junto a dos amigos como mochilero.
-Pá, quiero irme a recorrer Latinoamérica como mochilero.- le había dicho en el café de la esquina ese atardecer del 8 de Agosto, dos días antes del cumpleaños de su ex-mujer.
- ¡¿Cómo?! ¡Es muy peligroso!. Quizás en mi época sí; porque, más allá de todo lo que hicieron los milicos, mantenían las rutas seguras. ¡Encima como sos vos! Yo era más tranqui.
-¡Y yo no me llamo Donato Nicolás Bongiorni, viejo! Necesito hacer ese viaje, lo necesito...
-Bueno...
Donato era así. Padre como pocos. Los años como profesor de Educación Cívica le habían enseñado a valorar los pensamientos y las necesidades de los adolescentes. Decía que sin jóvenes formados no había futuro para el país. Siempre valoró su fuerza mental cuando se rompió la pierna y supo que no podría jugar nunca más al fútbol. Siempre valoró la paciencia de Rosa ante sus eyaculaciones precoces que lo atormentaron en sus primeros años de actividad sexual. Siempre valoró las acciones de los estudiantes en defensa de la educación pública. Él no dejaba de repetir que sin jóvenes instruidos no habría futuro para el país.
Fue una tarde diferente. Desde el televisor Sharp se reflejó una extraña melodía luminosa anunciándolo: Sartre, el gato, se enrolló en un costado del pasillo, como un viejo portero del infierno esperando que alguien osara atravesar la puerta a la calle. La vecina del fondo continuaba con su enceradora, como la brutal agonía que atormentaba al vidrio de la mesa del living, herido por trazos de la nostalgia. Y Platón muriendo repentinamente.
- ¡¡Qué lo remil parió, che...! !Se murió Platón.
Acto seguido caminó hasta la mesa, alejándose del ventanal, y encendiendo un Jockey hojeó el diario buscando los clasificados para -ceremoniosamente- agarrarlos y tapar con sus páginas a la mascota, tiesa pero aún tibia, con sus ojillos vengadores mirando al futuro. Futuro que a Donato le empezó a preocupar desde ese instante, hablando frente al espejo improvisado en la mesa.
- Ha muerto un amigo, una parte de mí, un poco de mi pasado, estos últimos dos años en los que mi país se incendia poco a poco.
Fue una tarde diferente. Cuando encendió la TV ella mostraba a un pobre comerciante coreano (o chino) llorando como cerdo, embebido en una danza bizarra con hambrientos y punteros, policías y periodistas, perros y nubes de sudor. Donato se excitó, agitando sus brazos y pitando profundamente su cigarrillo. Sonreía como preocupado.
(2001)
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