VII
Era de madrugada. El frío asimilaba sus huesos y las hojas rechinaban en el suelo, intentando escapar de sus pasos. Él, que aún buscaba esclavizar su cuerpo, marchaba sonámbulo al puesto de diarios, esperanzado de ganar algunas monedas para polenta, pall mall y pensión. Paso a paso repetía sus sueños, no quería olvidarlos.
Era de mañana. El frío asimilaba sus pensamientos y las hojas se escapaban de sus manos, intentando incorporar mentiras. Él , que por fin ya no sentía tanto frío gracias a la tibia estrella otoñal, miraba tildado la vereda de enfrente, donde imponente (o impotente) se alzaba la villa de emergencia. Sus ojos se perdían en la cancha de tierra, con sus arcos de madera podrida y la fragancia de un puñado de niños mocosos y raídos pateando una vieja pelota de goma (¿esa de rayas finitas? Sí, esa). Detrás, como un horizonte de grises y rojos, las pequeñas casillas marcaban el tiempo; susurrando entre el polvo, unas bicicletas nuevas, algunos autos oxidados y decenas de antenas de aluminio.
-¡Buenos días!, un Clarín por favor- le decían por enésima vez.
-Chau, gracias.
-¡Buenos días! ¿Que tal anda?
-Acá andamos.
-¿Me da un Popular?
-Sírvase, chau, gracias...
Levantó su vista y todavía seguía allí la villa, los mocosos y las decenas de antenas de aluminio; seguía allí, polvorosa, atemporal y mestiza.

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La tarde ahogaba la vieja casa mugrienta y hedionda. En una de las habitaciones una cama matrimonial albergaba un perro triste. Acurrucado miraba la nada imaginando el regreso del dueño. No soportaba el ruido del televisor del vecino. Temblaba levemente por algunos gramos de marihuana que alguna vez comió por error. Respiraba con dificultad.
Los sonidos lejanos lo alertan, lo hacen bajar al suelo. El calor era insoportable.; las pulgas, un insoportable castigo.

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El bar estaba desolado. Un muchacho de unos ventipico fumaba un cigarrillo sentado en la mesa más próxima al baño de caballeros.
-¡Hola! ¿el Señor Jorge?- interrumpió, tímidamente, una voz.
-No está. ¿En que te puedo ayudar?
-Venía por el empleo.
-Ah. Sentáte que ya estoy con vos.

El mendigo se sentó.