IV
Las estrellas palpitaban de dolor, los grillos rugían por ignorancia, y las tres jovenzuelas bailaban enloquecidas al ritmo de los lasers, fieles guardianes de esplendoroso diván. Ellas reían, reían y esperaban -junto a la barra de la mentira- a algún osado modelo que las invitara a tomar algo.
-¿Quieren llegar?- les preguntó el mendigo.
-!Cómo no! Así nunca pararemos de bailar.
El mendigo dió media vuelta rumbo a la puerta. Ellas salieron de su realidad. Afuera, donde todavía los grillos se revolcaban en sus valores, subieron a la vieja Chevy y partieron tras el tiempo, atravesando luces, pueblos y bebidas de salón. Ya en la habitación de algún lejano motel el mendigo habló:- Desnúdense y ámense.
-¡¿Qué?! ¡No! Nuestros valores nos lo prohiben.
-Pero... ¿Quieren llegar o no?

Ellas se miraron y -temerosas- se desvistieron una a la otra. Empezaron a besarse, a acariciarse los pechos, que, poco a poco, fueron erguiéndose. Exploraron cada rincón de sus cuerpos. Estaban excitadas como nunca lo habían estado. Él, sentado en un sillón floreado y hediondo, sonreía con ironía, disfrutando tal espectáculo.
-Vengan.
Ellas se acercaron. Él encendió un cigarrillo de marihuana y les ofreció. Dudaron. No sabían si era correcto.
-¡¿Acaso no crees que está bien?!
-Nuestros valores...
-Quedaron afuera.

La más desinhibida de ellas tomó el cigarrillo. Aspiró una larga pitada y luego tosió. Se lo pasó a su compañera justo antes de hablar.
-¿Tú quién eres?
-Soy el padre Antonio, así que si quieres, luego te confieso-
contestó bajándose el cierre de los pantalones.
Alguien afuera dejó escapar una carcajada.

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El ronco locutor de radio intentaba alertar sobre los riesgos de la contaminación en el planeta. Promocionaba una verde paz asustada por el inminente fin. Rogaba juntar latas y no usar aerosoles. Ojo la capa de ozono.
-Aportando cada uno su granito de arena podremos tener un mundo mejor...- gritó sugestionado por el ruido de un convoy de las empresas Muggio, que alegres talaban Suiza anualmente. Ya cansado, dio paso a sus anunciantes.
-¡¿Te hace falta ropa?¡¿ Querés ser más piola?! Usá remeras “Poronga” de Muggio s.a..
Desde lejos, acostado en alguna plaza, el mendigo sonrió.