II
El sol amarraba sus recuerdos y sus promesas, los amarraba al polvoriento camino que la llevaría a no extrañar a sus muertos. Su rubia cabellera enmarcaba un bello rostro celestial, iluminado por dos almendras andariegas; su sonrisa era la puerta a los sueños enterrados tras ella; su voz solo era hipnótica. Ella era la dulzura, el amor y cientos de lágrimas contenidas; sin embargo, todos deseaban solo su cuerpo.
-¡¡Hola!!!- gritó al ver la opaca figura del mendigo.
Él intentó una sonrisa. Ella abrazó a ese ente despreciado por el resto de los seres vivos; era su Pollyanna, y nada más le importaba, ni siquiera que él no le respondiera su afectuoso abrazo (no sabía que él temía herir de manera alguna tanta dulzura mezclada con sensualidad y su endemoniada belleza).
-Hola Azul.
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Buenos Aires de noche está en guerra. Cientos de guerreros patrullan el asfalto. Otros, esclavos renegados, se ocultan tras su imaginación.
-¡Documentos, por favor!-dijo el gorgo.
-No tenemos.
-¿No tienen? Entonces me van a tener que acompañar.
San Martín aplaudió y Borges comenzó a escribir. Roca violó una mapuche y Luna dejó de hablar. Belgrano se limpió el culo con la bandera y Rega caminó hasta Ayacucho street.
*************************************************************
El viejo caminaba entre las tumbas de sus amigos, dejando flamantes rosas rojas en cada una. Acariciaba su barba rancia, al compás del rengueo y el susurro del largo sobretodo arrastrándose por el suelo empedrado.
-¿De que sirve que haya sobrevivido 84 años si el dolor que me produce haber perdido a mis amigos es tan grande y profundo?
Él sufría. Había perdido hasta a sus enemigos. No tenía a quién defender ni de quién defenderse. Su existencia era una vaga mezcla de lagunas mentales, píldoras para dormir, tabaco barato e inyeccciones de morfina. Sus pulmones descartables ya pedían ser desechados. Él era un paria. Él era un paria pues no había pactado con el diablo, como sus amigos, quienes sonreían desde mausoleos proletarios. La había sacado barata. Fue entonces que sonrió.
- ¿Usted es el famoso?-le preguntó alguna sombra.
-Sí.
-¿No se arrepiente de no haberlo hecho?
El viejo volvió a sonreír. El sol terminó de ocultarse.
-¡¡Hola!!!- gritó al ver la opaca figura del mendigo.
Él intentó una sonrisa. Ella abrazó a ese ente despreciado por el resto de los seres vivos; era su Pollyanna, y nada más le importaba, ni siquiera que él no le respondiera su afectuoso abrazo (no sabía que él temía herir de manera alguna tanta dulzura mezclada con sensualidad y su endemoniada belleza).
-Hola Azul.
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Buenos Aires de noche está en guerra. Cientos de guerreros patrullan el asfalto. Otros, esclavos renegados, se ocultan tras su imaginación.
-¡Documentos, por favor!-dijo el gorgo.
-No tenemos.
-¿No tienen? Entonces me van a tener que acompañar.
San Martín aplaudió y Borges comenzó a escribir. Roca violó una mapuche y Luna dejó de hablar. Belgrano se limpió el culo con la bandera y Rega caminó hasta Ayacucho street.
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El viejo caminaba entre las tumbas de sus amigos, dejando flamantes rosas rojas en cada una. Acariciaba su barba rancia, al compás del rengueo y el susurro del largo sobretodo arrastrándose por el suelo empedrado.
-¿De que sirve que haya sobrevivido 84 años si el dolor que me produce haber perdido a mis amigos es tan grande y profundo?
Él sufría. Había perdido hasta a sus enemigos. No tenía a quién defender ni de quién defenderse. Su existencia era una vaga mezcla de lagunas mentales, píldoras para dormir, tabaco barato e inyeccciones de morfina. Sus pulmones descartables ya pedían ser desechados. Él era un paria. Él era un paria pues no había pactado con el diablo, como sus amigos, quienes sonreían desde mausoleos proletarios. La había sacado barata. Fue entonces que sonrió.
- ¿Usted es el famoso?-le preguntó alguna sombra.
-Sí.
-¿No se arrepiente de no haberlo hecho?
El viejo volvió a sonreír. El sol terminó de ocultarse.