Corrientes ya no es la misma. No porque sea angosta y sigan sin arreglar los baches, sino porque esta invadida de seres extraños para quienes fueron extraños. Esos habitantes a la fuerza intentan dormir o venderte alguna baratija. Y yo sigo caminando.
La noche está extraña. Mi cuerpo recuerda relojes de titanio sin calmar ánimos o calcinar la materia. Tomo lentamente una cerveza para regresar, regresar a lo cotidiano. Me duele el pecho y sé porqué, el pasado despuntando el vicio y lo meláncolico para escribir esto (algo debo sacar de unos mangos bien invertidos).
Inspiro y el dolor no cesa. El acantilado se dibuja tras el murmullo y me pregunto porque no envio una carta a lo Cacho Castaña, un carta a España (sí, a tí poexistente amiga). Nadie responde y solo resta seguir en la búsqueda de fragancias farmacéuticas.
Sentado en uno de esos bares la esperé y no llegó. Los rostros conocidos seguían preguntando sin espiar en el baño. Vomité y solo los fantasmas (siempre un poco avaros) corrieron en mi ayuda. No dejo de sentir dolor. La angustia escapa, los toreros se vuelven impiadosos y esa mutual biológica espera la aurora.
Mi carne se abre y el estómago crispado encesta un saludo inicial. No puedo ni llorar. A lo lejos falta la sonrisa, el psicólogo y alguna chicana frenéticamente incapaz. Callo porque lee y leo lo que se puede convertir en úlcera. Ni entienden los magos ni desaparecen los conejos. Bla. Bluff.
El tabaquismo es una enfermedad de balanza. Balanceo mi cuerpo en el Puente Saavedra sin animarme a volar. Lejos el suicidio, muy cerca del fin del infierno. Aquél que una juntadora de chapitas (aprendiz de poeta) no puede definir, solo atina a decir que no quiere llevar allí a nadie que ame, solo abraza la esperanza (no verde) de que ese álguien la espere en lo salida. Yo también. No quiero que nadie me acompañe al infierno, ahora ni siquiera hasta la puerta. Solo necesito álguien que se anime a esperarme a la salida.
Podría ser sutil, usar esas trescientas palabras en sintonía, esas pocas que repito en infinitas combinaciones para pararme frente a lo incombinables y escupirles que me quiero parecer a Roberto. Pero no quiero. Digo a oscuras "profe" mientras me masturbo (¿Qué será de mi profesora de segundo año que se fue a vivir a San Nicolás?). Digo "profe" y me consuela compararme con el Yo inicial. Silencioso y solitario. Comunista y poexistente. Excelente (Y Matt Groening me inicia juicio).
Esto se alarga y me presiona para escribir mi eterna novela. Tellado apareció en un bondi mezclada en una inescribible poesía. Esa ideas de melodías por omisión recién ahora caben en el paño. El recuerdo de borrachos consejeros late envidioso. Cerca está la rebelión popular y debo ocultar el carnet (¿o mostrarlo?). Nadie más que nosotros aumentará el volumen de ese saxo del fondo y el nosotros cubre mis demonios. Otra vez el exit se exita en las calles tomadas. Fuego y frenesí en discursos y combates finales. Sobre resta que otros huelan como se pudren atemorizados mis ex condiscípulos. Y me despido. Nuevamente escapo a vomitar. Aún sigo sin llorar. Aún Corrientes es distinta. Aún el tiempo pasa en super ocho milímetros. Aún lamento no haber podido inundarme de su sonrisa en el bar.
La noche está extraña. Mi cuerpo recuerda relojes de titanio sin calmar ánimos o calcinar la materia. Tomo lentamente una cerveza para regresar, regresar a lo cotidiano. Me duele el pecho y sé porqué, el pasado despuntando el vicio y lo meláncolico para escribir esto (algo debo sacar de unos mangos bien invertidos).
Inspiro y el dolor no cesa. El acantilado se dibuja tras el murmullo y me pregunto porque no envio una carta a lo Cacho Castaña, un carta a España (sí, a tí poexistente amiga). Nadie responde y solo resta seguir en la búsqueda de fragancias farmacéuticas.
Sentado en uno de esos bares la esperé y no llegó. Los rostros conocidos seguían preguntando sin espiar en el baño. Vomité y solo los fantasmas (siempre un poco avaros) corrieron en mi ayuda. No dejo de sentir dolor. La angustia escapa, los toreros se vuelven impiadosos y esa mutual biológica espera la aurora.
Mi carne se abre y el estómago crispado encesta un saludo inicial. No puedo ni llorar. A lo lejos falta la sonrisa, el psicólogo y alguna chicana frenéticamente incapaz. Callo porque lee y leo lo que se puede convertir en úlcera. Ni entienden los magos ni desaparecen los conejos. Bla. Bluff.
El tabaquismo es una enfermedad de balanza. Balanceo mi cuerpo en el Puente Saavedra sin animarme a volar. Lejos el suicidio, muy cerca del fin del infierno. Aquél que una juntadora de chapitas (aprendiz de poeta) no puede definir, solo atina a decir que no quiere llevar allí a nadie que ame, solo abraza la esperanza (no verde) de que ese álguien la espere en lo salida. Yo también. No quiero que nadie me acompañe al infierno, ahora ni siquiera hasta la puerta. Solo necesito álguien que se anime a esperarme a la salida.
Podría ser sutil, usar esas trescientas palabras en sintonía, esas pocas que repito en infinitas combinaciones para pararme frente a lo incombinables y escupirles que me quiero parecer a Roberto. Pero no quiero. Digo a oscuras "profe" mientras me masturbo (¿Qué será de mi profesora de segundo año que se fue a vivir a San Nicolás?). Digo "profe" y me consuela compararme con el Yo inicial. Silencioso y solitario. Comunista y poexistente. Excelente (Y Matt Groening me inicia juicio).
Esto se alarga y me presiona para escribir mi eterna novela. Tellado apareció en un bondi mezclada en una inescribible poesía. Esa ideas de melodías por omisión recién ahora caben en el paño. El recuerdo de borrachos consejeros late envidioso. Cerca está la rebelión popular y debo ocultar el carnet (¿o mostrarlo?). Nadie más que nosotros aumentará el volumen de ese saxo del fondo y el nosotros cubre mis demonios. Otra vez el exit se exita en las calles tomadas. Fuego y frenesí en discursos y combates finales. Sobre resta que otros huelan como se pudren atemorizados mis ex condiscípulos. Y me despido. Nuevamente escapo a vomitar. Aún sigo sin llorar. Aún Corrientes es distinta. Aún el tiempo pasa en super ocho milímetros. Aún lamento no haber podido inundarme de su sonrisa en el bar.