2a Carta al Mar después de mi suicidio
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Mar:
Miro mi exterior y el calor derrite sueños, tan solo derrite sueños. Quizás porque la tranquilidad de mi mente necesita existir en alguna balanza cósmica para poder transmitirte lo que en este momento siento; tal vez no sea así, pero no importa.
Estoy muerto, seguí la luz y estoy muerto; a pesar de las histriónicas miradas que compartí contigo para subsanar lo que fuiste para mí: C O N F I A N Z A.
Pero como toda mirada, termina. Me di cuenta que estás atrapado en una partida que -a pesar de ser tu sueño- te robó (o te dejaste robar) la posibilidad de llegar a donde pocas personas han llegado, perdiste la oportunidad de luchar por dos revoluciones. Sos solo la gramática de los graffitis en tus paredes, sos solo el verdugo de tu propio destino.
Mar, en algún momento te desheredé. No me arrepiento, pero viendo el presente (gracias a la luz del tiempo) debo decir que te juzgué mal. Escribí: Es un can, pero no lo eres; eres un lobo que simula estar herido para devorar a los buitres que se acercan hambrientos. Sos un ente caligariano que oculta sus deseos más íntimos tras la piel de can, de fantoche.
Mar, ¿Cómo lucubraste tan fastuosa pantomima? ¿Cómo supiste de mi debilidad por las mascotas? Ya no importa. Mi mente terminó de romper las cadenas que la ataban a mi corazón y, estoicamente, se lanza hacia la lucha frenética por la libertad.
Los años han pasado, y desde mi cofre (palacio de mis cenizas) me abocaré a destruir las columnas de esta sociedad. ¡No me preguntes cuando! Los muertos no tenemos tiempo, estamos más allá del bien y del mal.
¡Hasta la victoria siempre!

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