X. Ojos ardientes y pus de mandril

Arden, arden mis ojos avarientos que se resisten a flotar entre nebulosas de consumo y pieles de agnoranzas. Arden porque desde lo inicuo del pasaje enfrento cada día más (cada día más) las malformaciones del monstruo a quién alimento frente a frente de sus víctimas... Callo, ya no callo ni en mis suegnos, cada vez más pequegnos e irrelevantes. Esos adláteres vociferan venganza entre los pasillos del templo. No saben... ¿Quienes pueden tramar entramados lejos de la materia? Nadie. Por ello es que mis días no están contados ni los ajuares de victoria se endulzan en mis labios. Morirán, imaginando ser almafuerte morirán sin saber. No saben. Solo mi cuerpo amoratado se levantará junto a quienes transpiran para aplastar sus cabezas de rata, quienes sanguinolentas se pudrirán en mares de injuria y desazón. No saben, no saben que ellos perecerán bajo el propio animal que alimentan, el cuál crian para exponerlo en algún zoológico de sus recuerdos. No saben... Quilla. Ariete. Sesos que se esparcen por los pisos encerados con grasa de viejas bestias. No saben...
...y clamarán por sus vidas con sonrisas incómodas.
(bang)

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