VIII. Magnana

Amaneció otra vez entre estas pestilentes piedras de hormiguero. Amaneció plasmando la ignorancia de mi manada, la codicia de mis fantasmas y el sudor de quienes me condenaron a la vida. ¡Aquí me encuentro! ¡Aquí! Parado sobre sus suegnos, volátil espacio en donde limpio mis zapatillas llenas de excremento. ¡Aquí, imbécil! en donde dijiste que nunca ibas a llegar, pero -las profecías cubiertas de lodo- absolvieron a los tunantes como yo. Ni siquiera puedo llorar. Llorar. El adiós a lo excelso, la noria y el límpido sangrar de mis dedos espinados. Magnana. Magnana que insoló a lo poco que tenía de dulce y genuino. Debo seguir, inhalando roca tras roca y vomitando buffet tras buffet. La anestesia se vuelve Vietnam. Rojos y Napalms. Palmeras y la furia de no tener. Tenedor y silencio. Ya nunca besaré los labios del pasado ni pactaré con quienes absortan elpresente. Kilo de pan. Carlitos Balá. Y los berridos de los que sin pastor sangran cianuro. Entonces, solo entonces, digo:- Satisfecho, estoy satisfecho.
Ahora sí. Bang...

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