Finde


Al abrir los ojos, su chica salía del baño hacia la cocina. Desnuda atravesaba el departamento apurada y con pies descalzos. El calefón se había estaba apagado y ella quería ducharse antes de salir. No hacía dos horas que habían llegado y ya se estaba preparando para ir a caminar. A Camilo no le quedó otra que levantarse, sobrellevando el dolor en sus piernas, y ponerse la camisa hawaiana que lo hacía sentir un turista más. El atardecer cruzó entonces el monoambiente desde la ventana. Entre los recuerdos del partido de fútbol de la noche anterior y los gemidos del viaje, encendió otro cigarrillo.
Mar del plata seguía igual ese fin de semana largo. Tomándole la mano para que no se ofendiera llegaron pronto a la Bristol. Algunos se metían al mar a pesar de los nubarrones, otros hacían tiempo antes de meterse de nuevo a jugar al casino, los más jóvenes convencían a sus mujeres de tomar el primer trago, con la esperanza de llevarlas a la cama antes de medianoche. Se sentaron en las escaleras a compartir.
Él pensaba en Buenos Aires cuando la vieja gitana llegó mascullando frases de buenaventura. Los tórtolos solo se miraron risueños. La gitana insistía con su speach prepotente. Camilo no dejó de mirar el horizonte hasta que la vieja dijo:-Tenés mucha envidia. Entonces fue que sacó su billetera ante la sorpresa de su compañera. Dos pesos. Tres pesos. Y salieron a caminar por la feria.
El tumulto de los pasillos se mezclaba con el murmullo de los feriantes. Camilo, desganado, caminaba impaciente delante de ella. Ambos se detuvieron en un puesto de libros. Pero pronto, aburrido él volvió a adelantarse. Y, combatiendo su neurosis, se detuvo ante un nigeriano (o algo así). Inquieto esperó que éste despachara un cliente y le preguntó por un par de anillos que sabía que en una semana se despintarían.
Fue entonces que giró sobre sus pies adivinando que ella ya estaba allí. Y le propuso matrimonio.

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