El rito de los corderos (por Zippo)

Estaban destruidos. Si sus vidas en algún momento de la historia habían significado algo ya nadie lo sabía. Solo se tenía por cierto que en otra vida ellos habían estado juntos, trabajando con un mismo fin. Pero eso había sido hace ya mucho tiempo, y el paso de la historia no perdona a nadie, excepto tal vez a los que son demasiado tontos como para darse cuenta de ello.
El Sol se ocultó, una vez más por el oeste. Este ritual milenario se alineaba con otro, no tan antiguo, pero ya bastante avejentado, y desgastado por los años de repeticiones y rutinas.
Mariana llamó a la puerta, negra y enmohecida. El timbre resonó con un chirrido espantoso, al cual ya se habían acostumbrado todos, o al menos ellos seis. Adentro, como siempre, solo se encontró con Martín, único cuidador de la casa, y el encargado de que el ritual se repitiera siempre y para siempre. La simpleza con la que se saludaron evidenció la reiteración eterna de la misma situación y a pesar de todo se entendió perfectamente lo que pasaba por las mentes y los corazones de cada uno.
La misma situación se repitió hasta que el grupo estuvo completo. Los semáforos observaban sospechando cada vez que sucedía, y se escuchó a más de un buzón murmurar, espantado, por lo bajo. Ellos ya lo sabían, eran concientes de que las polillas espiaban sus reuniones, y que les contarían cada hecho a los feroces lobos de la ciudad.
Pero no importaba. Adentro empezaba la magia. Se desenvolvía como si fuera un juego, pero era lo más serio que habían hecho en su vida. Cada día era más serio, y más peligroso también. Las gárgolas de los edificios cercanos ya habían volado y alertado a toda la ciudad de lo que ahí sucedía. Y sin embargo, era el secreto mejor guardado del lugar.
No tenían otra opción. Estaban obligados a repetir todos los días lo mismo. Todos los días la misma secuencia en la que se encontraban bajo un manto de ladrillos y vigas carcomidas por la humedad. Donde debían soportar la humillación de las bocacalles al entrar al santuario, y donde los lobos, estaban cada día más cerca y más hambrientos. Todos los días repetían el mismo acto sacrílego ante los ojos de la sociedad. Todos los días.
No tenían otra opción. Estaban sentenciados por los cuervos a encerrarse bajo siete llaves y recordar como en otra época, lejana, pero fresca aún en la memoria, este rito tenía una esencia meramente lúdica, y no el carácter defensivo y estratégico que cumplía hoy en día.
Y de repente, en medio del ritual, todos se callaron.
Cada uno era lo que era. Jugaba dentro del grupo el papel que le tocaba jugar. Envueltos en estos roles, la realidad golpeaba a sus puertas y ellos no atendían. Salía a responderle, con la naturalidad de lo que es porque debe ser. Pero no eran ellos. Solo entre ellos seis sabían quien era cada uno verdaderamente.
Mariana volvió como siempre al mismo lugar. Sospecho por la felicidad que tenían los adoquines que algo raro estaba pasando. No se inmutó. Había aprendido, igual que el resto a controlar sus emociones más violentas. Los sentimientos eran algo muy peligroso en la calle, rodeado de palomas y tacheros que uno no conoce. Por eso habían aprendido. Solo eran ellos mismos dentro de la casa. Donde no estaban seguros, pero estaban a salvo del exterior.
Tocó el timbre como siempre, y como siempre hizo el mismo ruido. La única diferencia es que Martín no respondió. Prendió un pucho, nerviosa pero inexpresiva y lo vio a Pablo llegar a lo lejos. En ese momento los dos entendieron todo. Él le pidió fuego sin hablar, y ella se lo dio sin pensarlo. Los dos sabían que pasaba. Sabían que ese era el momento que estaban anunciado los ritos diarios. Sabían cual era ahora la realidad a la cual pertenecían. Las polillas los habían buchoneado, los cuervos habían actuado, asustados por la magia negra, más luminosa que se había visto en mucho tiempo. Y los lobos habían cenado esa noche.
Un rato más tarde, con la presencia de Mariano, decidieron entrar al santuario, sea como sea. No se podía dejar un lugar tan maravilloso y tan protector al cuidado del tiempo y de la historia. Consiguieron entrar, por algo ese lugar era suyo y de nadie más. Desde adentro escucharon el revoloteo cotidiano de las gárgolas, y una polilla se les acerco sonriente diciendo: -esperaba más de la magia que prometían. Sus luces, tan brillantes, atrajeron a todas las polillas, y esa fue su perdición. Nunca podrán mantener el fuego en secreto, y mucho menos cuando las polillas negociamos con los lobos, con los cuervos y con los semáforos.
Basto un manotazo para aniquilarla. Y otra vez, silencio.
El destino es engañoso. En una realidad armada a su medida, para protegerse de otra realidad, más brutal y sanguinaria, que deseaba devorarlos para alimentar así las necesidades de sus predadores más despiadados, cayeron en el error de los errores. Su luz era su salvación y su perdición. Era cuestión de ver quien caía primero, si los lobos o los corderos. Los primeros más violentos y desalmados. Los segundos armado con la fuerza del amor por la vida y de la vida por el amor, que los llevo hasta donde estaban y les permitió descubrir que la victoria era solo cuestión de tiempo. Que la vida, al igual que las polillas son efímeras, pero que el amor y el odio son eternos.
Al día siguiente nadie apareció. Los buzones festejaron, acariciando a los cuervos y contándoles chistes para que ellos se diviertan. A lo lejos se sintió un temblor en la tierra y la ciudad calló. Un lobo viejo se acerco corriendo al cuervo y le dijo algo al oído. En un instante la calle se llenó. Se llenó de cuervos, se llenó de polillas, se llenó de semáforos, de buzones y de gárgolas. Y se lleno de lobos. Al final de este estrujamiento de carne apareció la destruccion, manejada por el más joven de los asesinos. Se paro frente a la casa sabiendo lo que iba a hacer. La muchedumbre se aparto, algunos felices, pero todos completamente horrorizados por lo que podía llegar a pasar.
Y pasó. Un simple movimiento y todo se convirtió en polvo. Los ladrillos cedieron fácilmente ante la opresión. Y cuando la casa, esa sede mítica donde la magia se mezclaba con la realidad para producir un cambio, para producir una fuerza capaz de destruir las inmundicias de tantos buzones y cuervos asesinos y remplazarlas por el fuego calido de los sentimientos, ese santuario tan especial, que les permitió crear otra realidad para comprender y transformar la de todos los demás; cuando esa casa fue destruida hasta los cimientos se vio brillar mas vivo que nunca al fuego que antes habían defendido con sus vidas.
Y por última vez hubo silencio.
Estaban destruidos. Sus vidas en algún momento de la historia habían significado muchísimo y ahora todos lo sabían. Solo se tenía por cierto que en otra vida ellos habían estado juntos, trabajando con un mismo fin. Pero eso había sido hace ya mucho tiempo, y el paso de la historia no perdona a nadie, excepto tal vez a los que son demasiado tontos como para darse cuenta de ello. Estaban destruidos, pero su llama ardió, como ellos la habían hecho arder toda su vida, y ahora no había nadie que pudiera detener eso.

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