El balcón

Pedro esa madrugada salió al balcón. No era la primera vez que lo hacía, pero esta vez necesitaba sedar su culpa. Ya se había acostumbrado a reprimir su imagen estampada en el asfalto, pero aún así el vaho de angustia lo acongojaba.
Llenó sus pulmones del frío aire otoñal. Aspiró profundamente su cigarrillo y miró de reojo a su amante, que cocinaba algo. Pensó que su melancolía se borraría cuando concentrase la mirada en el transito y los faroles.
Se sentó en la única silla que había allí y volvió a aspirar el humo. Su estómago crispado y el dolor en su pecho no lo abandonaban. Las luces a lo lejos se mezclaban. Y el viento marchitaba a las pocas personas que aún estaban caminando por la avenida. En su cabeza, sin embargo, retumbaban las palabras de otra mujer.
-Sos un asco- le había dicho Paula, la chica nueva del trabajo. Atrás quedaron momentos más agradables, cuando ella lo admiraba aún. Tanto lo había admirado que llegó a confundirse. Nadie en la oficina se enteró que ella dejó a su novio en la puerta del registro civil por él. Y nadie se enteró que él sintió cosas también. Pero todos sus compañeros se preguntan por qué no se dirigen la palabra, o por qué ella le grita cosas cuando se encuentran junto a la maquina de café.

Pedro se dio cuenta que la melancolía seguía carcomiendo sus carnes. Nada anestesiaba su dolor. Pensó entonces en volver a casa, dejar a su jefa allí, con la tarta en el horno, semidesnuda, vital. De hecho no tenía hambre.
En su casa lo esperaba Alicia, su amor, esa mujer de rulos ariscos y sonrisa brillante. Quería ir, sacarse en serio toda la mufa de otro día de mierda. Prender la tele, acurrucarse junto al cuerpo tibio de su compañera y fumarse un porro hasta dormirse. Todo, pero absolutamente todo, hasta sus amantes, solo tenían sentido si podía acariciar el rostro dulce de la única mujer que creyó en sus fantasías y recuerdos. Pero no podría ya.
-Sos un asco- volvió a decirle el fantasma de la chica nueva- sos un asco, me das lástima. Tenía motivos para decirlo, aunque ella no los sabía: mentirse con las sonrisas cómplices que creyó ver en Paula para no aceptar que todo con Alicia se terminó, que nadie lo esperaba en su casa, que pronto ya no sería su casa, era un buen motivo. Pero nadie lo escuchaba. Nadie comprendía. El de Seguridad lo miraba extrañado cuando vomitaba su pesar, sentía pena, pero no lo entendía.
Quiso gritarle a la calle, volver el tiempo atrás. Que los sueños de cunas y curas puedan hacerlo seguir caminando. Pero era un tipo razonable. Él arruinó todo, y debe hacerse cargo de sus propias huellas y sus propios demonios. Quiere, no quiere, duda, fuma, y entonces sollozó a escondidas.
Miró la calle, su imagen estampada en el asfalto le sonría. Miró el cielo, la compañerita despechada en el pasillo lo escupía. Miró hacia la cocina, y se levantó para abrazar a una desconocida. Lloró entonces como nunca. Perdió a la mujer de su vida. Temió volver a atrás, diez años atrás.

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