Locro arenoso

Lejos de mí estuvo celebrar el 25 de Mayo como lo que otros, chacareros de alpargatas con suela de plástico, pretenden decir que corresponde; si embargo, la excusa de comer el locro de mi almacenero, el entrerriano, hizo que el domingo me calzara el disfraz de argentino, me levantara temprano y pusiera un radio del barrio para escuchar chamamé mientras comía con mi compañera una buena ollada frente al ventanal de la cocina: llovizna, ventisca y pensamiento perenne.
A la puesta en escena le faltó un buen vino en damajuana, pero necesitaba desintoxicar las neuronas luego de un viernes agitado. Esa noche había sentido mucha arena en mi garganta y tuve entonces que beberme hasta el agua del gato de Zenón. Tanta arena que tenía para compartir. Bañeros, porteros, relojeros, placeros y mafiosos se acercaban gustosos a recitar unos poemas baratos a cambio de llevarse a casa su terrón. Y estuvo bueno. Estuvo bueno porque pude ver la luz del día una vez más, caminando por la Corrientes, desde el Abasto hasta la Chacarita. Y allí me crucé con un trava morochón, con Lelo y Churla, con un rati rapiñero, con un churrero viejo y seguramente algunos más. Estuvo bueno.
Mi cabeza tendría que estar al borde de explotar despues de tanto trajín. Normalmente así lo estaría si en pocas horas dejara de ver a poetas malditos, vomitara demasiada cerveza por tanta arena, comiera mucho poroto, maíz y cerdo, y si hoy (sí hoy) pusiera en práctica mi dni alejándome de chiquillas confundidas. Pero no es así. Ninguna lágrima, ningún perdón, ninguna herida ni ninguna razón. Solo el amanecer con boca pastosa y cerebro clarividente: arbustos y ángeles.

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