XI
Morfeo atraviesa el cuerpo del joven, pero éste se resiste a ser derrotado, su mente se resiste a ser derrotada. Quizás porque es conciente que si afloja, el temible dolor que apena su espíritu lo arrollará con un tren fuera de control, furioso y seductor. Él golpea y golpea su cabeza contra el armario lleno de fotografías de su pasado tormentoso, las cuáles lo persiguen adonde vaya. Ahora, enmohecido, se convence de la necesidad de quemarlas para así, secar su rostro ensangrentado.
-No debo cerrar mis ojos.
El joven se levanta y camina hacia donde está la vieja radio a transistores. Busca durante seis minutos alguna melodía que sea pesticida de sus tristezas, arcaicas para seres necrofílicos o necios defensores de de la farsa intelligetsia. Halla una.
-Necesito un cigarrillo.
El cigarrillo se enciende. Se va en una yumba hipnotica y exitante. Se diluye desesperado. Nadie entiende. Solo terminará ardiente, dibujando en la piel de su amante.

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El Crónica robaba su realidad de hospital. El gorgo herido leía la noticia de la que era protagonista y héroe . Su esposa cuidaba sus heridas.
-Cumplí mi deber. Agradezco la medalla y el ticket canasta.
La esposa pensó en las goteras de su casa de chapa. Agarró el flan que su marido tenía para desayunar y le tapó la boca.
-Callate...

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- Yo no tengo valores.
-¡Uh!
-¡Uh!
- No te daré la espalda nunca.
-¿?


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La oficina estaba desolada. Una mujer de unos cuarenta y pico se abanicaba con una
revista.
-Hola. ¿el Señor Márquez?- interrumpió una voz.
-Adelante. Allí está - contestó señalando a un hombre de cincuenta y pico, obeso, con camisa transpirada y un habano importado.
-¿Sí?
-Venía por el empleo.
-Lo siento. Ya no necesitamos más personal...
El mendigo sacó un revólver y disparo cuatro veces. Luego se sentó.

************************************************** fin