Requiem para un amor amordazado (2005)

Era temprano. Me había despertado por enésima vez esa madrugada, sudoroso. Esta vez decidí levantarme y mirar al espejo que siempre deforma mi mirada esquiva. Al hacerlo encontré un papel, busqué una pluma, y escribí a pesar de que mis manos ya no quieren hacerlo:

Atravesamos mares, montañas y desiertos para estar juntos. Nuestras sonrisas, nuestras lágrimas, nuestros sueños pedían aquello. Cada filme, cada comida, cada orgasmo exigía aquello. Pero quizás nos mentimos. La necesidad de que alguien tan diferente y parecido a nosotros nos abrace nos unió; la búsqueda de que alguien nos comprenda nos soldó; el temor de estar solos....ello nos hizo escarbar en la mirada del otro. Y allí, al filo de la noche, acobardados del día, nos enamoramos, nos amamos. Quizás como nunca amamos a nadie antes, quizás como nunca amaremos a álguien después.
Y soñamos...soñamos todo lo que queríamos mirar -ya ancianos- desde un jardín inmenso: el color de nuestra casa, el nombre de nuestros hijos... la vida eterna. Quizás nos mentimos, esta tierra hostil que nos unió nos obligó a separar lo que no debíamos unir. Habíamos jurado acompañarnos hasta las puertas del infierno, pero éste es demasiado tormentoso y nuestro amor demasiado grande como para condenarnos a ver, al borde del abismo, entre el fuego, al otro. Quizás nos mentimos, quizás soñamos demasiado, quizás mi orgullo, o tu orgullo, mi ira, o tu ira, mi pasado, o tu pasado...todo lo que usamos como cemento de estos quinientos días, se diluyó entre nuestros sentidos.
Ya no basta con decirte que te amo, ni siquiera me creerás. Tampoco sirve que culpe a mi bestia interior, es mi deber domarlo. Ya nos dimos todo lo que nos podíamos dar. Y fue maravilloso, por lo menos para mí. Y fue mágico, por lo menos para mí...


Agotado, me detuve. Otra vez me detuve. Me detuve por lo mismo que desde hace quince años. Las palabras no son capaces de cambiar las cosas. Solo levanté mis brazos, me desperecé y salí a estirar las aurora de mi retina. Blandí mi espada y quise llorar. Pero no pude. Los vecinos preguntarán porque no llora el niño esta vez. Así que seguí estirando la aurora y puse el agua en el fuego para clamarle a los dioses que se apiaden de mí por lo que he hecho.