Cabalgan las zorras como sobras escogidas de pedestales urbanos. Entre pajareras rutinarias voces, decenas, grugnen estelas de razón. Algunas mueren por morir, otras vacilan en tener, pegajosas intentan nuevamente. Y acartonado en la fila del medio enciendo un cigarro dulce para calmar mis cervicales. Nadie dice nada y me vuelvo a encerrar.
Doman las mieles la hiel de los perdedores, que beben ídolos y no saben de que están fabricados. El humo enceguece sus manos. El himen disfruta algún dado. No puedo escribir, entonces vuelvo a morir junto al fuego y a resucitar junto al mar, como en aquellos agnos lejos de la revolución y cerca del paraíso.
Los oficinistas siguen ahi, conspirando. Ignorando que el motor de los tiempos cabalga sobre sus cabezas y que nunca podrán domar al hacedor de ilusiones.
Doman las mieles la hiel de los perdedores, que beben ídolos y no saben de que están fabricados. El humo enceguece sus manos. El himen disfruta algún dado. No puedo escribir, entonces vuelvo a morir junto al fuego y a resucitar junto al mar, como en aquellos agnos lejos de la revolución y cerca del paraíso.
Los oficinistas siguen ahi, conspirando. Ignorando que el motor de los tiempos cabalga sobre sus cabezas y que nunca podrán domar al hacedor de ilusiones.