XVIII. Rosa seca (último epitafio)

Último epitafio
(sin una rosa en el ojal ni la arcilla entre mis dedos no queda otra)
(el brillo febo de esa nigna intentará salvar mi vida)

¡Rosa seca! Que absorta besa mi mejilla para luego abofetear la otra; que luminosa desgarra mi pecho con un pugnal; que me quiere pero no como quiero. Allí está, estará, en alguna esquina humeante, donde se agitan las banderas, enloquecen los obreros y caen del andamio. Allí está, como un ángel bello, despierto, satanás.
¡Rosa seca! Perdí máss sangre de la que puedo beber. Perdi máss humos del que puedo inventar. Solo tu cuerpo observa como te uniste a la mediocridad (y yo no aprendo). Solo tu cuerpo que fantasea pajareras, siete colores, impetuosa idea de construir matambres pestilentes. Vaho. Buho. Morgana conjurando otro capítulo de amores inconclusos. Solo mi carne la aleja, a ella, que dice observar mas allá, a ella, que no ve ni la sandalia de sus padrinos, lo perfecto de la locura, el idilio de la manufacturada percepción inconciente.
(debo quitar ese pugnal)
(debo o moriré)
(¡lo haré!)
(...)
Rosa seca! En un otogno floreciste...y en este invierno pereces.
(¡uh! no puedo hacerlo. Solo me resta quitarme el corazón nuevamente)
¡Bang!

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