Burgio


Burgio. 3 am. Algunas tribus ajenas. Me distrae un adolescente que golpea la pared y, llorando, camina hacia la nada.
Solo atino a mirar y ver que la luna solo es mía con nostalgia.
Enciendo un cigarrillo. Resisto mis párpados. Observo el ir y venir.
Feos besando bonitas. Sordos escuchando canciones. Fluor en nalgas histéricas. Pena por dos.
Intento silbar y compruebo que no sé. Agradezco esto que ríe y lastima.
Escribo mentalmente mil poesías:

Alegaría locura temporal,
si mi piel no se erizara de deseo,
si tu mirada no inquietara mis sueños...

Alegaría que el reloj tropezó con huellas,
si ellas no estuvieran marcadas en cemento,
si ellas llenaran de agua la arena...

Miro la hora. Extraño ya su voz. Extraño ya su voz. Insisto con el colectivo.
Una musa. ¿Sabrá lo que es eso? ¿Querrá condenarse a eso?

Me asqueé de tabaco:

Alegaría feromonas pasajeras,
si tu cuerpo fuera solo eso,
si tu sonrisa fuera solo mueca...

Acaricio mi brazo. Siento un poco de frío. La gente se desabriga. Y el juego poexistente hacen murmurar a los fantasmas:

Alegaría, alegaría, alegaría,
pero escribo y para mi es suficiente,
pero imploto y temo alejarte, endemoniado y poco sutil.

Viajo apretado. Un borracho hace piquete en el pasillo. Pierdo la cordura.
No renuncio a brazos que me aman.
Tampoco a cadencia embebida de galera y sensaciones de carrousel.
(Veloz odio estas líneas, pero igualmente serán viento)

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