Le petit mort

Por donde pasaba el caballo de Atila

no crecía más la hierba,

hasta que creyó en Dios...

Alguna vez se preguntaron si no eran un fantasma? Yo recién anoche. Me lo pregunté porque pensé que, por más que la gente nos hable o nos toque, que por más que uno se hable o se toque, para otros uno puede ser un fantasma, un ser etéreo que aparece en momentos inesperados. Podemos aparecer cuando caminan por la calle, al final de la cuadra; cuando toman unos copetines con amigos, en la puerta del bar; cuando ocultan sus ojeras, sobre el lavatorio; cuando gimen con desdén, en el horizonte de la cama.

No está bueno ver fantasmas, y tal vez no lo esté aparecer en la vida de otros. Pero aún así, ¿no es acaso otra forma de vivir, de sentir? Tal vez si, tal vez no. El tiempo siempre alega a favor de lo que no queremos; reduce condenas, pero sin dejar de condenarnos. Y como es inevitable morir y ser fantasmas (o ser fantasmas para no morir) es la serenidad de coexistir más allá de la materia lo que abrigará nuestras mentes en horas de agonía o éxtasis.


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