Carta abierta a Gabriela Botbol (2005)

Gaby,
hace tiempo que no me digno a sentarme a escribirte, un poco menos a escribir. No es que te haya olvidado,¡es más! poco a poco fui descubriendo que expresas en mi Cosmos lo que pude haber sido, como pudieron los demonios esculpir mi andar (frase hecha pero que como las buenas siempre dan gusto repetirlas). No es que no recuerde nuestras andanzas por el circuito peregrino, ¡es más! cada noche desde aquellas noches trato de sentirme igual de poderoso. No es que te haya olvidado, simplemente esta madre tierra y sus ventarrones enceguecían lo dulce y lo amargo de ser un poexistente... quizás aún lo hacen. No se, tan solo aprovecho mis últimos pesos y mis últimos besos de este nuevo infierno para mezclar algunas palabrejas que digan algo.

Hace mucho que te fuiste de nuestras calles, ellas siguen igual. Los
papeles, las putas, el sudor organizado, el misticismo a croché. Siguen perdiéndome, tanto que casi casi ya renuncié a andarlas. Prefiero la T.V., un buen porro, un buen polvo e irme a dormir "Mañana hay que trabajar" "Mañana hay que luchar". Pero extraño aquello. Ya nadie excita mi cerebro (ni siquiera existe algún hueso que se ofenda porque no lo tengo en cuenta). Ya nadie ni nada despierta aquella euforia "con gran potencial" (como decías). Simplemente mis labios pronuncian palabras de mi vieja. O algo así con un touch de dialéctica hegeliana. Es el vacío. Ese que nos presenta como hombres modernos (en el sentido clásico del término) que -por supuesto- no creemos en la vida eterna (¡bah! por lo menos con la misma osamenta, el soporte papel no cuenta). ¿Donde apilaste el vacío?

¡¿Como se podría decir que anda tu hermano del alma?! Triste. Los leños de mi pecho siguen ardiendo. Y yo con miedo de estar ardiendo sin sentido. Solo. El Olimpo poexistente te aleja del común de los mortales, aún de quienes amas. Convencido. En las calles furiosas repercuten cada vez más mis palabras de clase, y el agua cristalina.

Soy conciente de que estas líneas llegarán a otros, y poco entiendan aunque poco callé. Pero mi espalda pesa...y algunos pecamos de megalomanía. Nada ni nadie, ni aún mis ojos yunque, romperán la Olivetti. Aunque vuelva el vacío.

Un abrazo (ya sin Shakespeare)