Ajeno (2005)

(Palabras para q lean los que ya olvidaron leerme)

Mi silencio era. Yo soy. Pero en este mismo instante una falange de médicos y cirujanos tratan de explicar como este torso de dueño desconocido ocupa el lugar del que era mi torso. ¿Donde estás, torso?
Siento algo diferente. Un dolor ajeno que penetra por cada espacio nervioso. Trato de sentir mi corazón y no es él. Trato de inundar mis pulmones de humo y no se llenan. El dulce no calma la angustia.
La sangre que bombea ese corazón lleva a mi cerebro imágenes extrañas. Sueños, ilusiones. La paciencia es efectivamente una virtud de los dioses. El amor, una estela inconmensurable de sentidos que debe destronar viejas enseñanzas y viejos laureles.
Amé. Amo. Pero este torso no es mío. Que amó y ama sin horizonte. Ya sin horizonte. Las imágenes de mi cerebro dibujan algunos sketchs y no pocas andanzas de un amor férreo, gruñón, histérico, pero poco paciente. Nada consuela ese pedazo ajeno incrustado en donde alguna vez estuvo mi pecho.
No comprendo porque vino a mí. Trato de justificarlo escribiendo. Mi oficio. Pero ya no resiste, abandona lo que era suyo y corre. Tengo miedo y el pecho se abre una vez más. El vértigo de mi profesión no da respiro. Otro alcohólico escapando.
Ella huyó. Su orgullo ganó. Mi vida empeoró. La cabeza dice en voz baja que hay que cortar el juego enfermo. Pero quiero mi pecho de regreso. Lo quiero gimiendo ante la locura, hipnotizado en el bullicio, ardiente en la batalla. Lo quiero porque los sueños duelen más que las realidades. En mi mundo duelen más.
Elegí nombres de bebes fantasma. Juegos de primeras vacaciones. Cuadros de casas pequeñas. Una historia para contar. Pero los médicos no saben que hacer. Duele. Duele. Como nunca. Ese dolor ajeno que ocupa donde antes estaba mi pecho. Y nada. Extraño. Ya extraño. Duele como nunca. Y extraño. Quierá Alá o algún otro dios en el que no creo que miré los pedazos de recuerdos, los ate con alambre y me siga prestando la ternura. Su pecho atormentado y mi pecho atormentado caben entre mis cerebro y mis pies.
(La enfermedad tiene cara de condenado a muerte. Treinta segundos no bastan para justificar haber llegado hasta debajo de la hoja)